
El adiós de Modric estaba escrito antes de empezar el Mundial. Lo que no sabíamos es que sería tan amargo. Un voraz PSG acabó convirtiendo la despedida del croata en una auténtica pesadilla. Sí, hasta los genios las tienen. El MetLife Stadium esperó con aplausos y ovaciones al jugador con más títulos (28) en la historia del Real Madrid. Finalmente, se acabó honrando en voz baja, después de que él mismo bajase el telón en su última función como madridista.
Ahora que se ha ido, entendemos que no era eterno. Solo sabía disimularlo muy bien. En su adiós, no hubo ni un mínimo espacio para la épica, esa que tantas noches acompañó a Luka. Entró en el minuto 64, cuando ya había visto desde la barrera los primeros tres zarpazos del equipo de Luis Enrique. Hubo tiempo para otro más antes de que el croata se abrazase a compañeros y rivales una vez Marciniak decretó el final del partido. Quizá Modrić no merecía este final. Pero ahora, lo más duro para el madridismo es aceptar que la historia no volverá a empezar
Para el de Zadar, este Mundial ha sido como echarle una carrera al tiempo. Su último servicio al club blanco ha tenido un papel discreto. No necesitaba más. Modric nunca fue de exigir los aplausos a pesar de que hayan sido su banda sonora en cada estadio que ha pisado. El más especial de todos: el Santiago Bernabéu. Su patio de recreo particular donde el croata ha maravillado a una afición durante 13 años. Un coliseo que ahora tendrá que buscar un nuevo director de orquesta para sus tardes de fútbol. No será fácil, pues Luka afinaba como nadie el balón y convertía en cotidiano lo que para otros era extraordinario. Tal vez por eso insistió tanto en que los madridistas sonrieran por lo vivido. Así eran las leyes made in Modric, un tipo que hizo del golpeo de exterior una invitación al delirio colectivo. Una firma con la que dibujó asistencias imposibles que a partir de ahora solo vivirán en el imaginario blanco.
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