El equipo de Almeyda, como ya hiciera la jornada antes con el Mallorca, tampoco es capaz de aprovechar la situación de una Real Sociedad cargada de miedos
Segunda derrota consecutiva del Sevilla Fútbol Club frente a equipos ubicados en la zona de descenso y otra vez la sensación, desasosegante, de que la calidad de este equipo es ínfima. Los hombres de Matías Almeyda fueron incapaces de crear ni una sola ocasión de gol en toda la segunda parte frente a una Real Sociedad que demostró, con creces, las razones para que arrancara el partido en la zona que conduciría a la Segunda División. Pero ni siquiera así fue capaz el cuadro nervionense de aprovechar esas circunstancias para, al menos, haber asustado a Álex Remiro.
Entre esas limitaciones del propio Sevilla, que vayan por delante que son muchísimas y no pueden ser ocultadas, y el arbitraje de Cordero Vega, pues por ahí se pueden hallar infinidad de explicaciones para que la ecuación salga perfecta. Es cierto que el cuadro de Matías Almeyda no hizo nada para merecerse algún premio, pero la realidad es que cayó derrotado por 2-1 y el primero de los goles llegó en un penalti que no puede ser sancionado jamás, ni en el fútbol moderno ni en el antiguo ni nunca. Y también hubo una jugada bastante polémica en el área realista en la recta final cuando Alfon fue derribado por Aramburu junto a la línea de gol y el silencio de Anoeta fue fiel reflejo de lo que había sucedido.
Pero Cordero Vega no fue tan estricto como lo había sido en la primera mitad, ni siquiera pidió el asesoramiento de Pizarro Gómez, otro que tal baila, en el VAR y el resultado se mantuvo en el 2-1. Por supuesto, ésos son los errores exógenos, porque también los endógenos se las traen. Y en ese sentido hay que reflejar con prontitud el regalo de José Ángel en la acción que acabaría decidiéndolo todo.
Un saque de banda a favor lo convirtió el defensa visueño en un verdadero lastre para sus limitados compañeros. Con su suficiencia, sacó sin mirar y se lo regaló al rival para que éste en apenas dos toques le acarreara la pelota a un Oyarzabal que no se abrazó a Sergio Ramos, perdón a José Ángel, porque seguramente le daría vergüenza hacerlo. También, por supuesto, por una cuestión de respeto.

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